Dear Brothers and Sisters in Christ,
As we begin the Lenten season together, I thought I would take the opportunity this week to offer both a reflection and an explanation: a reflection on the spirituality of this season, and an explanation to go a bit deeper on the approach I’ll be taking in the weekend homilies of Lent.
First, the reflection: Lent has ancient roots. Many of the traditions and practices we observe go back to the earliest days of the Church. Lent grew out of the intense period of preparation customary for those preparing to receive sacraments at Easter, especially baptism. This time of special prayer and fasting is testified to in the writings of early Christians going back to the first couple centuries of the Church.
The classic summary of the spirit of the Lenten season comes from St. Peter Chrysologus, the bishop of Ravenna (an important city in Italy) from 433 to 450 A.D. In a particularly memorable homily, he once said: “There are three things, my brothers and sisters, by which faith stands firm, devotion remains constant, and virtue endures. They are prayer, fasting and mercy. Prayer knocks at the door, fasting obtains, mercy receives. Prayer, mercy and fasting: these three are one, and they give life to each other. Fasting is the soul of prayer, almsgiving is the lifeblood of fasting. Let no one try to separate them; they cannot be separated.”
Second, the explanation: in the spirit of connecting us deeply and intentionally to our ancestors in the faith, I will be taking inspiration each weekend from early Christian authors (known as “the Church Fathers”). I always love reading the Fathers, and I’d invite everyone to join me in the effort of listening carefully to their testimony to the Lord Jesus, coming from the earliest years of the Church. I’ll be focusing on a few specific sources: the Didache (a catechism from around the year 70 A.D.), St Clement of Rome (35–99 A.D.), St. Ignatius of Antioch (50–108 A.D.), St. Justin the Martyr (100–165 A.D.), and St. Irenaeus of Lyons (130–202 A.D.). If you would like to go a bit deeper, I can warmly recommend a fine anthology of their essential writings: Four Witness: The Early Church in Her Own Words, by Rod Bennett. The translation is very easy to understand, and he includes a vivid description of their lives. If you’re looking for some spiritual reading this season, this book has given me a lot of inspiration.
Through the prayers of Our Lady and St. Thomas, let’s ask God to help us embrace the gift of the holy season of Lent. As we journey together toward the Cross, we’ll experience the Lord’s strength anew.
God bless,
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Al comenzar juntos el tiempo de Cuaresma, pensé en aprovechar la oportunidad esta semana para ofrecer una reflexión y una explicación: una reflexión sobre la espiritualidad de esta temporada y una explicación para profundizar un poco más en el enfoque que voy a seguir en las homilías de Cuaresma.
Primero, la reflexión: la Cuaresma tiene raíces antiguas. Muchas de las tradiciones y prácticas que observamos se remontan a los primeros días de la Iglesia. La Cuaresma surgió del intenso período de preparación para quienes se preparaban para recibir los sacramentos en Pascua, especialmente el bautismo. Este tiempo de oración y ayuno especial está atestiguado en los escritos de los cristianos de los primeros dos siglos de la Iglesia.
El resumen clásico del espíritu de la Cuaresma proviene de San Pedro Crisólogo, obispo de Rávena (una ciudad importante en Italia) del 433 al 450 d.C. En una homilía memorable, dijo una vez: “Hay tres cosas, mi hermanos y hermanas, por el cual la fe se mantiene firme, la devoción constante y la virtud inquebrantable. Son oración, ayuno y misericordia. La oración llama a la puerta, el ayuno obtiene, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno: estos tres son uno y se dan vida el uno al otro. El ayuno es el alma de la oración, la limosna es el alma del ayuno. Que nadie intente separarlos; no pueden separarse”.
En segundo lugar, la explicación: con el espíritu de conectarnos profunda e intencionalmente con nuestros antepasados en la fe, cada fin de semana me inspiraré en los primeros autores cristianos (conocidos como “los Padres de la Iglesia”). Siempre me gusta leer a los Padres y los invito a todos a unirse a mí en el esfuerzo de escuchar atentamente su testimonio del Señor Jesús, desde los primeros años de la Iglesia. Me centraré en algunas fuentes específicas: la Didaché (un catecismo de alrededor del año 70 d.C.), San Clemente de Roma (35–99 d.C.), San Ignacio de Antioquía (50–108 d.C.), San Justino el Mártir (100–165 d.C.) y San Ireneo de Lyon (130–202 d.C.). Si deseas profundizar un poco más, puedo recomendarle un excelente libro: Los Padres de la Iglesia: De Clemente de Roma a San Agustín, por Papa Benedicto XVI. El papa de feliz memoria es muy fácil de entender y da una descripción vivida de las vidas y escritos de muchos de los Padres principales. Si estás buscando una lectura espiritual esta temporada, este libro me ha dado mucha inspiración.
A través de las oraciones de Nuestra Señora y Santo Tomás, pidamos a Dios que nos ayude a abrazar el regalo de la Cuaresma. Mientras caminamos juntos hacia la Cruz, experimentaremos nuevamente la fuerza del Señor.
Dios los bendiga,